Los procesos de aprendizaje comienzan cada vez más temprano. Sin embargo, las reformas educativas desatienden ese momento inicial de encuentro entre niños, padres y maestros.
PorFabián Bosoer
Entrevista a David Kirp
Nacionalidad: estadounidense
Actividad: Profesor de Políticas Públicas en la Universidad de California, en Berkeley
Autor de varios libros sobre reformas en la educación y columnista en diarios y revistas, fue asesor del presidente Obama.
¿Es posible transferir experiencias e iniciativas de reforma educativa en los Estados Unidos a la realidad argentina? David Kirp, especialista de la Universidad de Berkeley en políticas públicas y educación, señala que sí, siempre y cuando contemplemos las diferencias de contexto y coloquemos el foco en la educación inicial. “Kids first”, repite como un slogan que es, en realidad, el título de su último libro: “Los niños primero”, antes incluso de la escuela primaria. Es que según Kirp, en el proceso de aprendizaje todo comienza entre los 3 y los 5 años y sin embargo carecemos de una política integral que atienda ese segmento de futuros educandos. Los tenemos esperando durante un tiempo precioso para que empiecen a desarrollar aptitudes intelectuales y emocionales, compartir y aprehender el mundo que empiezan a descubrir.
Comenzando desde ahí, sostiene, es posible integrar en una misma dinámica a padres, hijos y docentes. Kirp, que fue decano de la Golden School of Public Policy y asesor en el área educativa del presidente Obama, es autor de varios libros y escribe en revistas especializadas. Estuvo en Buenos Aires y Viedma, donde dictó conferencias invitado por la Universidad Di Tella y la Fundación Fullbright.
¿De qué manera se relaciona la educación más temprana con el potencial de desarrollo de un país? Le respondo contando una investigación realizada en los EE. UU.: se tomó un grupo de chicos de 3-4 años que estaban en un programa muy bueno de educación temprana en los años ‘60 y los compararon con un grupo de chicos elegidos al azar. La única diferencia era que éstos no tenían esa experiencia de base inicial. Cuarenta años más tarde los primeros tenían más probabilidades de no haber repetido un grado, de no haber sido enviados a una clase de chicos que tienen detrás problemas mentales o emocionales; más probabilidades de terminar el secundario, de ir a la universidad, de estar trabajando, de no estar dentro del sistema de asistencia social, de no haber estado en la cárcel, de tener buena salud y estar ganando un promedio de 25% más que el otro grupo que no tuvo la misma experiencia. Esto me motivó a trabajar sobre la cuestión y preguntarme hasta qué punto el preescolar no se había convertido en los últimos años en una iniciativa de política educativa fundamental. Hablé con funcionarios públicos estatales, y activistas y docentes de educación inicial y universidades, mucha gente distinta. Treinta y cinco responsables de grandes organizaciones, 3.500 representantes con una conexión nacional.
¿Cuáles fueron los resultados? Gracias a esa experiencia terminé trabajando en el equipo de transición del presidente Obama en los meses entre su elección y el momento en que asumió. Teníamos que organizar la agenda y darles coherencia a las políticas que se habían elaborado para la campaña. Había solamente siete personas en el equipo dedicados a la política educativa. Pero hubo quizás unas 150 organizaciones que querían hablar con la gente de Obama porque pensaban que no les habían prestado mucha atención durante la administración Bush. Estaban todos: atención a niños, apoyo a padres, educación vocacional, programas de capacitación para el empleo, escuelas parroquiales, escuelas católicas, etc. Todos vinieron interesados en su aspecto particular, todos tenían su relevancia, pero era un gran grupo dividido en muchas, muchas partes y nadie pensaba en cuál sería una agenda convincente para los niños. Convincente, accesible y con posibilidades de ser implementada. No sólo ideas bonitas, sino que fueran factibles, que se pudiera tener una confianza razonable en que se podían implementar. Y de ahí salió la idea de “Kids First”.
“Los niños primero” … Suena a slogan de campaña. ¿De qué modo se puede transformar un sistema educativo desde cada niño en edad escolar? En Argentina como en Estados Unidos, hay expertos en educación temprana, en escuela primaria, secundaria, gente especializada en universidades, que se especializa en bienestar infantil o en programas de salud infantil, u otros planes, pero no hay demasiada gente que trate de integrar todas esas etapas y especialidades en un plan educativo. De eso se trata: tradicionalmente, la política orientada a los niños se ha concentrado en los más pobres, mientras que las familias de clase media también necesitan ayuda. Una política que beneficie a los niños desde la cuna hasta la universidad, a través de todos los estratos sociales, tiene más probabilidades de contar con apoyos mayoritarios y tener mejores resultados.
¿Cuál es el elemento distintivo de esa propuesta? ¿En qué se diferencia de tantas otras iniciativas? La diferencia está en el punto de partida: miremos al niño. Trabajemos a partir del niño. No empecemos por los establecimientos escolares, por alguna organización u oficina burocrática: vayamos al sujeto.
¿El “sujeto” es el niño en la edad de escolarización primaria? Antes, en el preescolar está la clave de una transformación educativa. Ahora en Estados Unidos, se aprende a leer, escribir y desarrollar habilidades ya en jardín de infantes. Lo cual puede parecer una locura, pero es así. Se trata de buscar cosas realmente buenas que les ocurren a los chicos. Lo que nosotros llamamos “game-changers”, cosas que realmente significaran un antes y un después para los chicos. Y entonces viajé por todo el país como lo haría un periodista o un investigador buscando experiencias innovadoras que pudieran aplicarse a escalas mayores.
¿Qué es lo que encontró? Empecemos por la noción de que el rol de los padres es fundamental. No se puede elaborar un sistema “a prueba de padres”. Y los padres necesitan ayuda para saber cómo darles lo mejor a sus hijos. Por ejemplo: para hacer un estudio en Estados Unidos comparamos la cantidad de palabras que se le dicen a un niño desde que nace hasta la edad de 4 años. Comparé profesionales, clase media, clase trabajadora, familias en la asistencia social. Y descubrí que la diferencia de palabras que oye un chico en ambiente profesional y un chico de las familias más pobres es de varios miles menos. El vocabulario del hijo de profesionales era más amplio que el de un padre de familia pobre. Se puede seguir el desempeño de los niños y definir un pronóstico: si llega a la escuela sin palabras en un mundo donde las palabras son valoradas, puede no irle tan bien como si llega a la escuela bien preparado. Además, la mayoría de las palabras que los padres profesionales usaban con sus hijos eran palabras de apoyo, alentadoras. La mayoría de las palabras que usaban los padres más pobres eran de castigo y de disciplina. Muchos: “bueno”, “fantástico” entre los profesionales, o “mirá eso”, si van viajando en un autobús, “mirá a la mujer que está ahí, ¿cómo llamás lo que tiene alrededor del cuello?, ¿de qué color es?”, ese tipo de cosas. Y los más pobres usan palabras que tienden a controlar a los chicos: “No hagas eso” “Sentate”, “Callate”.
¿De qué manera se revierte esa desigualdad en el punto de partida? No se pueden superar totalmente esas diferencias, pero se puede ayudar a disminuirlas. Hay herramientas muy efectivas de apoyo para todas las personas con las que podría hablar un padre sobre sus hijos: además de la maestra, el médico, el pediatra, lo que llamamos “mentores”. Y hay estrategias para tratar todos los problemas que los padres comunes tienen con sus hijos: “mi hijo no duerme, mi hijo no come. Mi hijo grita. Mi hijo contesta, mi hijo se porta mal en la escuela, mi hijo golpea a otros chicos, a mi hijo lo golpean otros chicos”. “No sé si mi hijo tiene un desarrollo lento”. Todos los padres deben lidiar con todas esas cosas. De lo que se trata es de poder cambiar la cultura de los padres, dando ese tipo de apoyo para estimular a los chicos en una educación infantil temprana de alto nivel.
¿Qué significa a esa edad una educación “de alto nivel”? La gente empezó a dejar de pensar en los niños como si fueran una masa amorfa o recipientes que llenar, que sólo juegan y que el aprendizaje empieza cuando van a la escuela. No hay nada más alejado de la verdad. Desde el momento en que nacen ya notan a alguien en la habitación. Es el momento en que el desarrollo cerebral es mayor, en el que la exploración está en su mayor nivel. Yo creo que los chicos son pequeños exploradores. Pensemos en ellos como pequeños Magallanes, pequeños Darwin que circulan en sus pequeños “Beagle”. Y van a florecer realmente con el tipo de estimulación apropiada y con el estímulo adecuado de experiencias para el análisis de resolución de problemas.
Nacionalidad: estadounidense
Actividad: Profesor de Políticas Públicas en la Universidad de California, en Berkeley
Autor de varios libros sobre reformas en la educación y columnista en diarios y revistas, fue asesor del presidente Obama.
¿Es posible transferir experiencias e iniciativas de reforma educativa en los Estados Unidos a la realidad argentina? David Kirp, especialista de la Universidad de Berkeley en políticas públicas y educación, señala que sí, siempre y cuando contemplemos las diferencias de contexto y coloquemos el foco en la educación inicial. “Kids first”, repite como un slogan que es, en realidad, el título de su último libro: “Los niños primero”, antes incluso de la escuela primaria. Es que según Kirp, en el proceso de aprendizaje todo comienza entre los 3 y los 5 años y sin embargo carecemos de una política integral que atienda ese segmento de futuros educandos. Los tenemos esperando durante un tiempo precioso para que empiecen a desarrollar aptitudes intelectuales y emocionales, compartir y aprehender el mundo que empiezan a descubrir.
Comenzando desde ahí, sostiene, es posible integrar en una misma dinámica a padres, hijos y docentes. Kirp, que fue decano de la Golden School of Public Policy y asesor en el área educativa del presidente Obama, es autor de varios libros y escribe en revistas especializadas. Estuvo en Buenos Aires y Viedma, donde dictó conferencias invitado por la Universidad Di Tella y la Fundación Fullbright.
¿De qué manera se relaciona la educación más temprana con el potencial de desarrollo de un país? Le respondo contando una investigación realizada en los EE. UU.: se tomó un grupo de chicos de 3-4 años que estaban en un programa muy bueno de educación temprana en los años ‘60 y los compararon con un grupo de chicos elegidos al azar. La única diferencia era que éstos no tenían esa experiencia de base inicial. Cuarenta años más tarde los primeros tenían más probabilidades de no haber repetido un grado, de no haber sido enviados a una clase de chicos que tienen detrás problemas mentales o emocionales; más probabilidades de terminar el secundario, de ir a la universidad, de estar trabajando, de no estar dentro del sistema de asistencia social, de no haber estado en la cárcel, de tener buena salud y estar ganando un promedio de 25% más que el otro grupo que no tuvo la misma experiencia. Esto me motivó a trabajar sobre la cuestión y preguntarme hasta qué punto el preescolar no se había convertido en los últimos años en una iniciativa de política educativa fundamental. Hablé con funcionarios públicos estatales, y activistas y docentes de educación inicial y universidades, mucha gente distinta. Treinta y cinco responsables de grandes organizaciones, 3.500 representantes con una conexión nacional.
¿Cuáles fueron los resultados? Gracias a esa experiencia terminé trabajando en el equipo de transición del presidente Obama en los meses entre su elección y el momento en que asumió. Teníamos que organizar la agenda y darles coherencia a las políticas que se habían elaborado para la campaña. Había solamente siete personas en el equipo dedicados a la política educativa. Pero hubo quizás unas 150 organizaciones que querían hablar con la gente de Obama porque pensaban que no les habían prestado mucha atención durante la administración Bush. Estaban todos: atención a niños, apoyo a padres, educación vocacional, programas de capacitación para el empleo, escuelas parroquiales, escuelas católicas, etc. Todos vinieron interesados en su aspecto particular, todos tenían su relevancia, pero era un gran grupo dividido en muchas, muchas partes y nadie pensaba en cuál sería una agenda convincente para los niños. Convincente, accesible y con posibilidades de ser implementada. No sólo ideas bonitas, sino que fueran factibles, que se pudiera tener una confianza razonable en que se podían implementar. Y de ahí salió la idea de “Kids First”.
“Los niños primero” … Suena a slogan de campaña. ¿De qué modo se puede transformar un sistema educativo desde cada niño en edad escolar? En Argentina como en Estados Unidos, hay expertos en educación temprana, en escuela primaria, secundaria, gente especializada en universidades, que se especializa en bienestar infantil o en programas de salud infantil, u otros planes, pero no hay demasiada gente que trate de integrar todas esas etapas y especialidades en un plan educativo. De eso se trata: tradicionalmente, la política orientada a los niños se ha concentrado en los más pobres, mientras que las familias de clase media también necesitan ayuda. Una política que beneficie a los niños desde la cuna hasta la universidad, a través de todos los estratos sociales, tiene más probabilidades de contar con apoyos mayoritarios y tener mejores resultados.
¿Cuál es el elemento distintivo de esa propuesta? ¿En qué se diferencia de tantas otras iniciativas? La diferencia está en el punto de partida: miremos al niño. Trabajemos a partir del niño. No empecemos por los establecimientos escolares, por alguna organización u oficina burocrática: vayamos al sujeto.
¿El “sujeto” es el niño en la edad de escolarización primaria? Antes, en el preescolar está la clave de una transformación educativa. Ahora en Estados Unidos, se aprende a leer, escribir y desarrollar habilidades ya en jardín de infantes. Lo cual puede parecer una locura, pero es así. Se trata de buscar cosas realmente buenas que les ocurren a los chicos. Lo que nosotros llamamos “game-changers”, cosas que realmente significaran un antes y un después para los chicos. Y entonces viajé por todo el país como lo haría un periodista o un investigador buscando experiencias innovadoras que pudieran aplicarse a escalas mayores.
¿Qué es lo que encontró? Empecemos por la noción de que el rol de los padres es fundamental. No se puede elaborar un sistema “a prueba de padres”. Y los padres necesitan ayuda para saber cómo darles lo mejor a sus hijos. Por ejemplo: para hacer un estudio en Estados Unidos comparamos la cantidad de palabras que se le dicen a un niño desde que nace hasta la edad de 4 años. Comparé profesionales, clase media, clase trabajadora, familias en la asistencia social. Y descubrí que la diferencia de palabras que oye un chico en ambiente profesional y un chico de las familias más pobres es de varios miles menos. El vocabulario del hijo de profesionales era más amplio que el de un padre de familia pobre. Se puede seguir el desempeño de los niños y definir un pronóstico: si llega a la escuela sin palabras en un mundo donde las palabras son valoradas, puede no irle tan bien como si llega a la escuela bien preparado. Además, la mayoría de las palabras que los padres profesionales usaban con sus hijos eran palabras de apoyo, alentadoras. La mayoría de las palabras que usaban los padres más pobres eran de castigo y de disciplina. Muchos: “bueno”, “fantástico” entre los profesionales, o “mirá eso”, si van viajando en un autobús, “mirá a la mujer que está ahí, ¿cómo llamás lo que tiene alrededor del cuello?, ¿de qué color es?”, ese tipo de cosas. Y los más pobres usan palabras que tienden a controlar a los chicos: “No hagas eso” “Sentate”, “Callate”.
¿De qué manera se revierte esa desigualdad en el punto de partida? No se pueden superar totalmente esas diferencias, pero se puede ayudar a disminuirlas. Hay herramientas muy efectivas de apoyo para todas las personas con las que podría hablar un padre sobre sus hijos: además de la maestra, el médico, el pediatra, lo que llamamos “mentores”. Y hay estrategias para tratar todos los problemas que los padres comunes tienen con sus hijos: “mi hijo no duerme, mi hijo no come. Mi hijo grita. Mi hijo contesta, mi hijo se porta mal en la escuela, mi hijo golpea a otros chicos, a mi hijo lo golpean otros chicos”. “No sé si mi hijo tiene un desarrollo lento”. Todos los padres deben lidiar con todas esas cosas. De lo que se trata es de poder cambiar la cultura de los padres, dando ese tipo de apoyo para estimular a los chicos en una educación infantil temprana de alto nivel.
¿Qué significa a esa edad una educación “de alto nivel”? La gente empezó a dejar de pensar en los niños como si fueran una masa amorfa o recipientes que llenar, que sólo juegan y que el aprendizaje empieza cuando van a la escuela. No hay nada más alejado de la verdad. Desde el momento en que nacen ya notan a alguien en la habitación. Es el momento en que el desarrollo cerebral es mayor, en el que la exploración está en su mayor nivel. Yo creo que los chicos son pequeños exploradores. Pensemos en ellos como pequeños Magallanes, pequeños Darwin que circulan en sus pequeños “Beagle”. Y van a florecer realmente con el tipo de estimulación apropiada y con el estímulo adecuado de experiencias para el análisis de resolución de problemas.
Copyright Clarín, 2011. 10/07/2011